domingo, 30 de diciembre de 2012

El Alcázar de Jerez de la Frontera.


Alminar de la mezquita.
 Hace ya unos años que visité por primera vez ésta joya, de gusto exquisito, existente en nuestra provincia. Fue en un día como el que les escribo, con una niebla tan espesa que casi mojaba. Después, un año, o dos, después, volví, pero ésta vez como guía local para unas amigas alemanas. No quedaron defraudadas, en aquella ocasión por el contrario al antes mencionado, era primaveral, a pesar de que  estábamos a finales de febrero. Llegó a hacer 30º al mediodía, y las turistas germanas aprovecharon para hacerle una foto a un termómetro cercano, pues cuando salieron de Frankfurt estaba nevando. Por aquellas fechas las primeras flores, como las de azahar, ya hacían acto de presencia en la temprana primavera andaluza. Son las dos caras de una de las ciudades más típicas de Andalucía, como lo es Jerez de la Frontera. Y su monumento más destacado, seguía el ritmo de las estaciones, al mismo compás, gracias a sus jardines, y al verdín de alguna de sus piedras en invierno. Hablo del Alcázar de ésta ciudad.


Torre Octogonal
  Es un monumento, relativamente poco conocido, pero que esconde ciertas joyas arquitectónicas que son dignas de admirar. Aunque no sirve para hacerse una idea de lo que hay dentro, primero es conveniente dar un paseo alrededor de las murallas que custodian todo el recinto, por la llamada Alameda Vieja, desde la cual se pueden admirar interesantes perspectivas de la ciudad, ya que estamos en una de las situaciones más altas de la ciudad. Se pueden observar la cercana Catedral, y por el otro lado una bella vista de una, cada vez, más urbanizada campiña.  De las murallas nos llamará la atención dos torres especialmente: la del Homenaje, de gran tamaño; y una octogonal. Entrando en el recinto, lo primero que vemos es el Patio de los Naranjos o de las Abluciones de la mezquita, donde los fieles iban a lavarse las manos antes de ir a rezar en el interior. Al otro lado del mismo, hay un molino harinero conservado en perfecto estado, con aparejos y materiales incluidos. Hay que decir, antes de dar más explicaciones, que todo lo musulmán de éste recinto es de pura arquitectura almohade, una dinastía procedente de Marruecos, y que entre otras joyas nos legaron la Giralda, y el Alcázar que ahora les comento. Su arquitectura, aunque delicada, y de portentosa habilidad constructiva, era en exceso austera, normalmente sin ornamento alguno, y con ladrillo visto.

Torre del Homenaje.
 Volviendo al recinto, en el mismo Patio de Abluciones encontramos otro elemento típico de una mezquita: el Alminar o Minarete. En éste caso de pequeño tamaño, ya que la mezquita, era de uso exclusivo del personal de la fortaleza: el señor feudal y sus caballeros. Aún así, tanto mezquita como minarete conservan íntegro todos los elementos tradicionales de la arquitectura musulmana. Posteriormente se accede, tras varios patios más, a la mezquita propiamente dicha, la cual conserva el nicho del Mirhab, pequeña capilla orientada hacia La Meca, y hacia donde todos los fieles dirigían su oración. Los arcos son, como no podía ser de otra manera, de herradura. Salimos de la mezquita, y encontramos un enorme patio, con un bello palacio barroco al frente: el de Villavicencio. Una casona muy poco conocida, y que es una joya en potencia, perfectamente conservado, que refleja la arquitectura típica y la forma de vivir del siglo XVII. Dentro se conserva la farmacia más antigua de la ciudad, con frascos y mobiliarios del siglo pasado. Tras el patio del palacio y la mezquita, se acceden a unos bellos jardines restaurados hace poco, y justo debajo de una torre, es posible encontrar la última joya que el recinto nos ofrece: los baños árabes. Al igual que el resto, es de arquitectura sobria, de ladrillo visto, tres salas: de agua fría, caliente, y templada.

 Conviene, para terminar la visita a la fortaleza, pasear tranquilamente por sus jardines, bien redecorados, al más puro estilo andalusí. E imaginarse a los cadíes, de escaso poder, pero de grandes aspiraciones, que gustaban de meditar sus estrategias, mientras disfrutaban del olor del azahar y del sonido de las fuentes. Un saludo desde el sur.
 

 
Baños Árabes.

 


Palacio de Villavicencio.
 


 
 

domingo, 16 de diciembre de 2012

Un rincón de Cádiz en París

 Cuando uno se encuentra tan lejos de casa no espera encontrarse nada que tenga que ver con el suelo patrio: los nombres de las calles, las costumbres, los horarios...Pero el hecho de encontrarte algo que relacione el sitio del extranjero en el que estés con tu patria ya es una anécdota, pero sí ya es con la propia comarca en la que vives, la sorpresa es doble. Eso me ocurrió a mí en un viaje a París, ya conocía que el nombre de los jardines del Trocadero coincidía con una isla cercana a las ciudades de Cádiz y Puerto Real, pero nunca me paré a pensar en ello. De hecho, pensaba que el nombre era heredado por los propios franceses que ya tomaron la zona en dos ocasiones: entre 1.810 y 1.812, y entre 1.820 y 1.823. Siempre creí que se debiera a algún duque, o a algún batallón del país galo, pero lo cierto, es que el guía local,  nos explicó que el nombre de los jardines procedía de nuestra tierra, de Cádiz, concretamente dijo. Fue todo una sorpresa, y muy agradable en tierras tan lejanas. Y por lo que representan dichos jardines, que junto con los Campos de Marte, son los mas cercanos a la Torre Eiffel, el monumento más visitado del mundo.
 
 El nombre de los jardines proviene del antiguo palacio allí situado, y que a su vez, había heredado de una batalla ocurrida en dicha isla: la Batalla del Trocadero. Por contra de lo que yo pensaba, no era en la época de la Guerra de la Independencia, sino que se debía al asedio que hubo entre los años 1.820 al 23, cuando en el Trienio Liberal, los partidarios de la recuperación de las Cortes de Cádiz, los llamados "doceañistas",  secuestraron al rey Fernando VII en la ciudad de Cádiz, en lo que hoy es el palacio de Diputación. Con la intención de que éste abandonara el absolutismo, y la democracia fugaz, volviera a campar en un país, que nunca entendió bien el porqué luchar. Pero, en aquellos momentos, la presencia de otra revolución, similar a la francesa; otra república, otra democracia, era demasiado problema para la mayoría de naciones absolutistas que componían aquella Europa añeja y con un sistema, ya agotado. Pero a cuya nobleza, no le convenía cambiar. Sea como fuere, se formó un enorme ejército, apodado los "Cien Mil Hijos de San Luis",  formado por extranjeros, que entraría por los Pirineos, encabezado por el Duque de Angulema, que fue bien recibido en el norte, ocupó Madrid sin resistencia, y llegó a Cádiz sin apenas dificultades. El día 31 de Agosto del año 1..823, los franceses toman por sorpresa el baluarte del Trocadero con una carga de bayoneta, aprovechando el acceso desde la costa, ya que la marea estaba baja. Hubo 141 bajas francesas por 400 o 500 españolas. A raíz de la toma de ésta posición los franceses sólo tuvieron que dedicarse a castigar a Cádiz con continuos borbandeos, siendo especialmente afectado el castillo de Puntales, el más cercano.
 
 El 23 de septiembre la ciudad capitula, y liberan al rey, quien promete a sus secuestradores que seguirá manteniendo el régimen liberal. Pero una vez en manos amigas, Fernando VII anula todo compromiso y abolió la Constitución de 1.812. Las tropas francesas ocuparán Cádiz, San Fernando y los alrededores durante tres largos años. De aquello quedan muchas toponimias y recuerdos, como el nombre heredado del Pinar de los Franceses, en Chiclana, los distintos graffitis que todavía existen en las distintas fortalezas de la bahía, como por ejemplo, en la de Fadricas, en San Fernando, donde se puede leer: Debreuille 7 de Aout 1.824. En el lado inverso, ellos también se llevaron algún que otro recuerdo. El nombre de Trocadero rememora una batalla, una época, y es uno de los jardines, y una de las plazas más conocidas del mundo. Y está en la Ciudad de la Luz. Los parisinos sí saben de su historia, en cambio, ningún gaditano la conoce; normal, el Rey, como cualquier político español no cumplió ninguna de sus promesas. ¿A que les suena?. Un saludo desde el sur.
 
 PD: Otra cosa une París con nuestra tierra: es una bodega jerezana, construída por Gustave Eiffel, el mismo constructor de la famosa torre.


Imagen de la Torre Eiffel desde el Trocadero.

                                            
 

domingo, 9 de diciembre de 2012

El Milagro de Empel

 Hoy era el día para escribir sobre ésta historia, ya la llevaba preparada desde hacía casi un año, pero la fecha indicada era hoy. Seguramente nadie se pregunte porque mañana es festivo (dicho sea de paso, para nadie, ya que los centros comerciales abren), yo tampoco lo hacía, pero sí me enteré del porqué la consagración y veneración a la Virgen de La Inmaculada. Hay que decir, antes de empezar a contar nada, que, evidentemente, ésto es una leyenda, y no se sabe lo que es verdad y cuento. Todo viene de los tiempos en los que España era una superpotencia respetada y temida, por aquel entonces, al igual que los americanos hoy, también teníamos operaciones del tipo "Libertad Durarera" y cosas así, y nos andábamos a palos con medio mundo, y pegando varazos en la espalda al otro medio. Y lo que hoy es Holanda fue nuestro Vietnam particular, nos la dieron con queso.
 
 Holanda es un país precioso, al que las fotos no le hacen justicia alguna, hay que estar allí para maravillarse. Pero es un país en el que debió ser duro combatir: multitud de marismas, y tierras donde no se sabe lo que es agua y lo que es tierra; por otro lado está el frío, y la tremenda humedad, que se te cala en los huesos, y como decía Alatriste, un sol negro que nunca calienta... Además, la Holanda de ahora, no era la de aquel entonces, era mucho más boscosa, lo que hacía más difícil dominar una zona. Tampoco existían muchos de los actuales diques, más modernos y mejor preparados, pero los que ya existían de aquellas eran utilizado por los holandeses para hacerle pascua a los soldados españoles. Inundaban campos o aislaban a los soldados en alguna isla o dique. En una de éstas se encontraba el día 7 de diciembre, Tercio del Maestre de Campo Francisco de Bobadill, que se componía de unos cinco mil hombres, en medio de la isla de Bommel, con la flota holandesa hostigando y pegando cañonazos contra nuestras tropas patrias. Pero según la tradición, un soldado cuando excavaba una trinchera se tropezó con una tabla de madera que había en el suelo, y que al observarla vio como tenía dibujada una imagen, al estilo flamenco, de la Virgen de la Inmaculada Concepción. Aquella noche, un viento frío vino a helar el río facilitando la supuesta escapada de nuestros soldados; pero lejos de huir se precipitaron sobre los barcos en un ataque sorpresa en el amanecer del día 8 de diciembre. Obteniendo un victoria en la que apenas hubo bajas españolas, y en la que el capitán holandés, al parecer, llegó a gritar aquello de: ¡Dios es español! Ahora su opinión sería otra. Sería proclamada patrona de los Tercios de España y Nápoles.
 
 Sea leyenda o no, es una historia alucinante, y de ser cierta, sería la única batalla de la historia en la que una infantería de a pie ganaría una batalla naval. Ahora que ya ha aprendido algo nuevo, puede acostarse tranquilo en un festivo que, a buen seguro, no ha disfrutado, porque si trabaja de lunes a viernes le ha hecho la puñeta al caer en sábado; y si trabaja los sábados, al final ha tenido que ir a trabajar por culpa de la campaña de Navidad. Un saludo desde el sur.
 
 
Paisaje típico holandés.