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domingo, 16 de septiembre de 2012

Un banquete en la Edad Media.

 Sobre comida siempre me gusta hablar, aunque he de decirlo, prefiero comer sólo en casa que ir a un banquete por compromiso. Hoy día se come delante de la televisión viendo los Simpsons, pero hubo tiempos en los que la gente comía en familia, y hablando de lo que había ocurrido a lo largo del día. En las épocas medievales y moderna, los banquetes de sociedad estaban a la orden del día, y equivalía más o menos, a lo que hoy en día, es el botellón. Muchos se organizaban por algún festejo en concreto, otros como actos de caridad por parte de los señores feudales hacia sus siervos, y algunos, sencillamente porque sí. Sobre la forma de comer en la Edad Media, no voy a sorprender a nadie si digo que un banquete era algo, que sencillamente por lo repugnante del panorama, podía levantar estómagos hoy día. La falta de educación e higiene era lo común en la época. Sin embargo, no todos los reinos fueron así en la Europa Medieval, mientras de Pirineos para arriba la higiene era un bien escaso, en el caso de los reinos hispánicos era todo lo contrario, se comía de manera refinada, y se llamaba la atención de aquel que faltara a la educación. En todos los reinos peninsulares, tanto cristianos, como musulmanes, existían libros y tratados de comportamiento en la mesa, e incluso, uno del "buen cortador de carnes". No obstante, no son los reinos hispánicos los que vamos a utilizar de ejemplo, sino uno italiano, del de Milán, concretamente, siguiendo una descripción que hizo Leonardo Da Vinci en la época.

 Los textos proceden de la época en la que el genio trabajaba en la corte de Ludovico Sforza, quien tenía por costumbre amarrar conejos vivos en las sillas y patas de la mesa que se usaban como "servilletas vivientes". Con ellos los invitados se limpiaban las manos en sus lomos tras la comida. También, los comensales, solían utilizar los vestidos de sus vecinos para limpiar su cuchillo. No obstante, Leonardo tuvo la ocurrencia de poner servilletas para todos aquellos que fueran a participar del banquete, pero nadie sabía que hacer con ellas: algunos se sentaron encima, otros las utilizaron para sonarse las narices, los hubo que las arrojaban para divertirse como si de un juego se tratara y otros los utilizaron de rudimentarios Tupperware para guardar las viandas que ocultaban en sus bolsillos y faltriqueras. En otra ocasión, con la presencia de un embajador, Leonardo preparó una ensalada con un centro con huevos de codorniz, huevas de esturión y cebolletas de Mantua sobre un fondo de lechugas. El plato fue ofrecido primero al invitado de honor, el cardenal Albufiero de Ferrara, quien con sus dedos cogió todo el centro, y se comió los huevos, huevas y cebolla, y utilizó las hojas de lechuga para limpiar su cara de las salpicaduras, volviendo luego a colocarlas sobre el cuenco para ofrecérselo a los demás. Los pucheros se tapaban con un lienzo húmedo que se cambiaba cada cierto tiempo para evitar que su gusto pasara a la comida, y cuando Leonardo propuso la idea de poner una tapadera, los sirvientes le comentaron que nadie las usaba salvo para hacer ruido como acompañamiento de las danzas. Entre los comensales más sucios destacaba Maximiliano Sforza, hijo del mencionado Ludovico, quien se tenía que sentar al lado de una puerta abierta, pues nunca se mudaba de ropa interior, y cuando comía tenía la costumbre de soltar a sus hurones sobre la mesa para que rapiñaran de la comida de los demás. Pero Maximiliano no era el único que tenía por costumbre soltar animales sobre la mesa, muchos dejaban aves de caza, serpientes o escarabajos, mientras hacían insinuaciones impúdicas a los pajes. También tenían por costumbre dormirse encima del plato, tomar la comida del vecino, o dejar en el plato de éste los restos de su comida. Utilizaban el cuchillo para hacer dibujos en la mesa, mordían la fruta y volvían a dejarla en la mesa, escupían, pellizcaban o golpeaban al vecino y se metían el dedo en la nariz o en las orejas. Otra costumbre de los señores era la colocación de enanos, jorobados y lisiados a su alrededor, como objetos de distracción. En muchos banquetes era común la presencia de un asesino, siempre que fuera discreto y buen profesional, se le sentaba junto a su objetivo, y debía realizar su trabajo de manera eficiente, y que no molestase, ni lo advirtieran el resto de comensales; una vez terminada la faena, el asesino también debía retirarse para no indigestar al resto del personal. Los huecos en la mesa, eran cubiertos por nuevos invitados que esperaban en la cola de afuera, y una vez entrados, comerían los restos de lo que quedaba en la mesa, que por lo descrito, no debía ser una delicatessen precisamente.

 Sobre lo que comían, podemos decir que aquella época fue la raíz de las gastronomías locales europeas. En el caso de los reinos cristianos españoles la comida más común fueron las gachas. Pero había pescado, carnes de cerdos y pollo, huevos, embutidos, frutas y queso, entre otros. Según el relato del Mio Cid, los soldados adoraban el conducho, un plato con pan y vino mezclados con trigo. El puchero y los potajes tampoco faltaban. Y como comida muy común se solía remojar un pedazo de pan en una salsa a base de vino, leche o caldo al que llamaban sop. Tras éstas descripciones, espero no haberles levantado el estómago, ni haberles quitado la gana de ir a algún banquete medieval de esos que se montan hoy día para los turistas. Un saludo desde el sur.


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Menos mal que de aquellas no había cámaras digitales y sí grabados...

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