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lunes, 13 de noviembre de 2017

Los Caños Santos.

Convento, con la fachada de su iglesia.
 Ha pasado otro Halloween (aunque importada, ya parece asentada), otro Tosantos, otra Noche de Ánimas, y otro día de los Difuntos. Y como siempre, llego tarde a las recomendaciones, en parte, porque muchas de ellas, las visito yo en dichas fechas, como ocurrió con las Ermitas de Córdoba el año pasado, o bien porque los cálidos otoños andaluces suelen despistar a lugareños y foráneos de la fecha en la que nos encontramos. Son muchas las ocasiones en las que noviembre (al igual que el frío, unos días más tarde) llega de sopetón, y sin diferencias climáticas notables desde primeros de septiembre, por lo que tanto Halloween como la más española y terrorífica Noche de Ánimas, no suelen tener, al menos en la costa, el retrato pintoresco que se da en otras latitudes nacionales y europeas, de niebla, frío, lluvia o viento, entre otros elementos climatológicos que ayudan a situarse en el entorno. Aquí todavía el sol castiga inmisericorde, e incluso en los interiores serranos o de campiña, los treinta y pico, o cuarenta grados, pueden estar garantizados.
Retablo de azulejos.


 No obstante, eso no quiere decir que en Andalucía no haya sitios donde pasar una estupenda jornada en compañía de las benditas ánimas del Purgatorio, o al menos, para los menos creyentes en dichos asuntos, un lugar de relajación más absoluta, que como esta que le voy a mencionar, uno sale con la mente, o el alma, o ambas, según sea, con toda la paz posible con uno mismo. Me refiero al convento de los Caños Santos, un paraje, que si los olivos o las mimosas cercanos no nos lo chivaran, parecería sacado de Soria, o de alguna provincia castellana. Los recios cipreses de los jardines, la piedra omnipresente en todos lados, el silencio, la soledad, y sobre todo, la sobriedad absoluta del lugar, que invita a olvidarse de los problemas mundanos, son lejanos en carácter a la Andalucía barroca a la que estamos acostumbrados. Como todo santuario, tuvo un origen más que legendario, en el que un pastor encontró en el año 1.512, la talla de la Virgen que estaba escondida en una cueva cercana, por algún cristiano en tiempos musulmanes. En dicha oquedad, aún se dejan velas, y se adentra la gente con el fin de orar para pedir por la intercesión divina. Desgraciadamente, la Virgen ya no se encuentra en el convento, ya que en el año 1.835, desamortizado el santuario, tras años de abandono, se traslada la imagen a la cercana localidad malagueña de Cañete la Real, desde donde todos los años, por septiembre, hacen una peregrinación a estos lugares para honrar a su patrona, que aunque actualmente desvinculados de la iglesia, siguen teniendo valor espiritual. Por otro lado, esto une a dos pueblos, o a tres, según se mire, ya que ese es otro misterio, el paraje se encuentra situado en el término municipal de Olvera, aunque administrativamente, sea de Alcalá del Valle. 
Camino y convento.

 Aunque una carretera, adoquinada, permite bajar en coche, es recomendable dejarlo en el aparcamiento de arriba, desde él, se pueden ver las vistas de tres provincias, el sur de Sevilla, y las serranías norte de Cádiz y Málaga, de hecho, Campillos o el Saucejo, se encuentran tras los montes que se observan desde allí. Es un territorio de dólmenes y yacimientos celtas e íberos. Una vez llegamos hacia abajo, el camino se hace más fresco, gracias a la cercanía de los caños, y a la umbría que dan tanto la vegetación como el monte. Una bella plaza adornada con cipreses y árboles de hoja caduca da la bienvenida a todo aquel que llega, es un lugar de aspecto muy castellano, soriano, casi que diría yo; entre todo, destaca la bella fachada  renacentista de la iglesia, con magníficas pilastras y mejores hornacinas, hoy vacías. También sobresalen los escudos nobiliarios, el óculo central, así como una pintada de la posguerra. Notable también es la torre, de parte superior octogonal, probablemente de la reforma posterior del XVIII. Aún se conservan muchos muros, dependencias y parte del claustro, bien arruinados, o en cambio, reformados para un auditorio. Lo que sí permanece intacta es la cueva donde se encontró a la Virgen, enfrente de la iglesia, y que se esconde tras una cancela con hornacina superior; encima hay un retablo de azulejos. Dentro, los feligreses aún dejan velas. Da cierto reparo entrar, las mismas tablas del suelo son poco fiables. Y si uno sale fuera, el camino que sigue tras el convento, también da cierto respeto, tal vez aún, sea frecuentado por las ánimas benditas en procesión. Menos mal que fuimos por la mañana, mejor que la noche, y al poco de subir la cuesta de vuelta para el coche, empezó el termómetro a superar los treinta grados. No sabe uno que es peor, si las visitas del más allá, o el calor del más acá. Por ello, antes de partir, es más que recomendable, dar un buche de agua en una de las fuentes que hicieron famoso al lugar. Un saludo desde el sur.

Plazoleta que da a la fachada.

Camino...


Interior de la cueva.

Detalle del claustro.

Entrada a la cueva desde la plazoleta.

Lateral del convento.

Paisaje desde el mirador.

Torre y arboleda otoñal.

Fuentecilla.

Ruinas del convento.

Hornacina y escudo.

Detalle del convento.

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