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sábado, 11 de octubre de 2014

Villanueva de los Infantes.


 Hace ya, casi, un año que pisé la mencionada localidad del título. Y sin embargo, aún me causa asombro su monumentalidad. Pues no es un pueblo conocido, ni dentro de los grandes circuitos turísticos. Pero en mi caso, siempre recomendaré que se acerquen por los pueblos de La Mancha, pues en la mayoría de ellos, el viaje en el tiempo está garantizado. Parece que en muchos de ellos, el reloj se detuvo con el último rey de la dinastía de los Habsburgo; de hecho, salvo Valdepeñas, ninguno superan los dos dígitos en los miles de habitantes. La calma, asimismo, reina en dichas poblaciones, silenciosas como pocas en nuestra noble nación, y con la sensación permanente de cruzarme con un espadachín que en cualquier instante puede aparecer tras una esquina o callejón.

 Aunque Villanueva de los Infantes, nació de la unión de tres aldeas medievales, lo cierto es que su periodo de esplendor llegó con Felipe II, cuando se declaró capital del Campo de Montiel, dentro de la antigua provincia de la Mancha Baja. Se establecieron entonces, la Vicaría, la Gobernación, y una siniestra sede del Santo Oficio o Inquisición (con presidio y salas de torturas incluidas). Todavía quedan estos edificios, en buen estado de conservación, salvo el último, abandonado, tal vez, por su negro pasado. Para hacerse una idea del glorioso pasado de la localidad, solo basta con nombrar a los personajes ilustres que fueron vecinos durante algún tiempo de sus vidas, entre ellos, Quevedo, que pasó sus últimos años aquí, en el convento de los Dominicos, edificio del todo recomendable de visitar. Dentro, todavía se conserva el mobiliario contemporáneo del escritor, entre ellos su escritorio y su silla, de los que es recomendable sentarse por un instante, y gozar de estar en un lugar único, de gran valor literario. La sombra de Quevedo es alargada en la ciudad, pero no fue el único en vivir aquí, Cervantes o Lope de Vega, también pisaron estas calles. Y muchos colegiales que vivieron en el Colegio Menor que aún se conserva. Pero no es lo único, una interminable lista de fachadas monumentales, palacios, escudos nobiliarios, un corral de comedias, múltiples conventos y monasterios, una antigua alhóndiga convertida en Casa de la Cultura, y por supuesto, la casa donde se supone vivió el Caballero del Verde Gabán, quien aloja a Don Quijote en su hogar.

 Por último, recomiendo llegar a la Plaza Mayor, el rincón más impresionante de la ciudad, con la enorme iglesia de San Andrés, de orígenes y arquitectura renacentistas, por otro frente se observa el impresionante ayuntamiento, de fachada porticada y neoclásica. Los otros lados de la plaza no desmerecen tampoco, y sus balconadas de madera, contrastan con la piedra de sus casas. En el centro de la plaza, como no podía ser de otra manera, las estatuas de Don Quijote y de Sancho, hacen las delicias de los visitantes. Porque en estas tierras, al fin y al cabo, sus personajes más ilustres no son, pese a todo, carne y hueso, sino forjados con la tinta y la imaginación de Cervantes. Un saludo desde el sur.


Don Qujote y Sancho en la Plaza Mayor.
 

Escritorio y silla de Quevedo.
Ayuntamiento.

Convento de los Dominicos.







Colegio Menor

Patio del Colegio Menor.






Casa del Caballero del Verde Gabán.
Sede de la Inquisición.

Iglesa de San Andrés en la Plaza Mayor.

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