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domingo, 26 de febrero de 2012

El eucalipto maldito

Todo el mundo sabe que el medio que nos rodea es dinámico y que a la par que existen especies que desaparecen, otras nuevas colonizan un determinado lugar, eso sí, de modo natural. Las especies en peligro de extinción deben ser protegidas a toda costa, fomentando el crecimiento de la población de un determinado tipo de animal o vegetal para que recolonice sus antiguos dominios, y llegado en caso extremo, repoblarlo o reintroducirlo, de modo artificial. Dejando a un lado el peligro de extinción de, ya demasiadas, especies, hay que dar una, relativa, buena noticia: en nuestro continente, Europa, son muchas las especies las que se van recuperando, y algunas, como el lobo, colonizan sus antiguas moradas. Éste optimismo tiene letra pequeña, pues el crecimiento de una mentalidad acorde con los tiempos actuales no son compartidas por todos los habitantes de nuestro planeta; mientras en los paises desarrollados, como EEUU, Australia, o gran parte de Europa, se están recuperando hábitats, ecosistemas y especies, en los del tercer mundo, o los que están en vías de desarrollo el panorama es precisamente al contrario; sino basta con mirar el ejemplo chino, donde nueve de las diez ciudades más contaminadas del mundo se encuentran en el gigante asiático, y donde el índice de deforestación alcanza grados alarmantes. Sin embargo, todavía nos falta por corregir ciertos puntos en nuestra visión ecologista, como para mirar la paja en el ojo ajeno; la gran mayoría del contrabando de especies exóticas existentes en naciones, como Brasil, de gran riqueza ecológica, tienen como recorrido final el mercado negro (siniestro diría yo) de los países del primer mundo. También es un indicativo de que tenemos que mejorar nuestra percepción naturalista el rechazo hacia ciertas especies que se han naturalizado en nuestras tierras por mano del hombre, como si el ser humano no participara de la naturaleza. Hay que decir que está claro, y no tienen que convencerme de ello, de que toda especie que se convierta en plaga hay que quitarla de en medio. Pero en ocasiones, hay demasiada leyenda negra con determinadas especies, sobre todo las vegetales. Para mí, el ejemplo más claro es el eucalipto.

Dicho árbol, que hoy día, es una estampa común en muchos de nuestros campos, está considerado como uno de los criminales más peligrosos de nuestra naturaleza. Se ha expuesto que consumen demasiada agua y acidifican el suelo, auyentando al resto de especies autóctonas del radio que ocupa el susodicho árbol. Evidentemente, cuando río suena, agua lleva, pero eso lo he observado en las plantaciones monoespecíficas que tanto abundan en Galicia o el Golfo de Cádiz. Hay que decir que las especies de uno y otro lugar son distintas, siendo las primeras Eucaliptos Blancos (Eucalyptus Globulus) y las del sur, rojos (E. Camaldulensis). He observado, que en efecto, en una plantación pura de éstos gigantes procedentes de Australia, que el suelo se empobrece, pero exactamente igual, que en cualquier otra en la que sólo hay una especie, como ocurre con los pinos. Pero en cambio, también les debemos algunos favores, ya que en tierras gaditanas, por ejemplo (no sé en el resto), la especie se ha naturalizado con éxito, sin ocupar ningún nicho preponderante, y mezclándose con especies autóctonas sin mayor problema alguno. Tengo fotos (en el extremo inferior de la entrada), donde éstos colosos se mezclan con alcornoques y acebuches en una formación espesa. Asimismo, ocupa terrenos pobres, normalmente arenosos, en lugares cercanos a las dunas costeras, y ya fijados, donde comparte espacio con los pinos piñoneros (P. Pinea) y carrascos (P. Halepiensis); donde sustentan un suelo, que de otro modo estaría suelto, y tendría escasos nutrientes, dichas especies colonizan en segundo lugar una duna, tras el primero, que es el barrón; para después crear humus, en un principio delicado, pero que obtiene su recompensa, a medida que el bosque se va haciendo más presente, empiezan a aparecer otras especies autóctonas, como alcornoques (Q. Suber), acebuches (O. Eureopaea) y algunos álamos (Populus Ssp.). Hay que decir, que nuestro eucalipto rojo, aunque procede del otro lado del mundo, tiene en su patria original, la cuenca del río Murray, en el sur de Australia, un clima, y unas condiciones similares, con lluvias invernales, que vienen a inundar parte de su bosque, y una dura sequía estival. Otra especie que comparte idéntico odio ecológico es la palmera washingtonia, de origen californiano. Igualmente de un lugar con clima mediterráneo, y que le ha tomado la vez a las palmeras tipo Phoenix, es decir, las datileras y las canarias, poco adaptadas a las condiciones de nuestra tierra, aunque también se encuentran naturalizadas en el sur peninsular. Sin embargo, la californiana palmera de abanico, crece como perico por su casa, sin echar de menos ningún elemento de su lugar de origen, pues aquí las condiciones climáticas son prácticamente iguales a las de la costa suroeste de EEUU. Pero a diferencia de las mencionadas Phoenix, no tienen el cariño de la población, y ninguna tradición local, pero en cambio, es más fácil de mantener en un jardín o huerto local, pues las exigencias son mínimas. Tal vez les sorprenda saber, ya por último, que algunas de las especies hoy protegidas, no sean autóctonas de aquí, y ahí van varios ejemplos:

  - En cuanto a la fauna, la gineta, el meloncillo o el camaleón, fueron aportaciones de nuestra fauna por los árabes que conquistaron España. Aunque del último, pesan mis dudas, pues es casualidad, que tras el pelotazo urbanístico costero (que afecta de pleno sus ecosistemas) ahora resulte que no es paisano nuestro. También lo es, el famoso mono de Gibraltar, que fue un regalo de los oficiales británicos hacia sus tropas para que se entretuvieran cazando en el peñón en sus tediosos asedios. Dos grandes hervíboros, como el gamo y el muflón fueron aportaciones romanas, pues sólo quedaban en Siria, el primero, y en Córcega y algunas islas mediterráneas el segundo.
  - Las especies vegetales foráneas son más abundantes, como ya dije, las tradicionales palmeras datileras y canarias, son otra aportación de los árabes, la primera, y la segunda, natural de nuestro país, pero no de nuestra península, probablemente viniera en la época moderna. Otras que pueden causar una sorpresa a más de uno son dos clásicos de nuestros montes: el algarrobo, procedente de Asia Menor, que fue una aportación fenicia; y el castaño, un regalo de los romanos. 

 En fin, por no alargar más la entrada, pues si me pongo a enumerar, no terminamos, expongo como conclusión, y claro está, sin descubrir América, que el ser humano es un elemento más, y muy activo del mundo que nos rodea. Es imposible aislar el medio natural de la historia humana que le rodea, por ejemplo, si en vez de conquistarnos los romanos, lo hubieran hecho los mayas (en un ejemplo extremo), el cultivo local sería, a lo mejor el tabaco, y no los viñedos. No se trata de proteger en extremos, ahora, al eucalipto, sino dejarlo tranquilo, y evitar las campañas demagógicas en las que se eliminan algunas especies para favorecer a otras. Ya he dicho, y estoy de acuerdo, con la erradicación de las que se convierten en plaga, pero éste no es el caso, sino que su problema radica, precisamente, en su cultivo monoespecífico, que sí empobrece el suelo, y creanme, eso pasa también con un sembrado tradicional de nuestro país, el de los cereales, y sino ¿por qué creen que existe el barbecho?. Un saludo desde el sur.

Bosquete de eucaliptos en el P.N. del Estrecho, color claro con respecto al verde oscuro de los pinos.

Ejemplares de eucaliptos mezclados con otras especies en un bosquete del P.N. Bahía de Cádiz.

Un solitario ejemplar de eucalipto sobresale en el alcornocal existente en la Cañada de los Marchantes, Chiclana.

Bosquete de eucaliptos y pinos inundable en la carretera de la laguna, Chiclana. Como se observa, existe un rico sotobosque.

Una vez sujeto el suelo por los pinos, eucaliptos y diversos matorrales, crecen otros árboles, como el alcornoque de la imagen.

Eucaliptos flanqueando una carretera de Tarifa.

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