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domingo, 11 de marzo de 2018

La dehesa ibérica.

Vaca retinta, típica de Cádiz.
  Si gran parte de Sudamérica es el territorio que conserva el mayor porcentaje mundial de bosque ecuatorial, o Rusia de estepas, y África de desierto y sabana, sin duda, en cuanto al bosque mediterráneo, Europa es la principal protagonista, no es que sea tampoco el tipo de ecosistema más abundante en un continente en el que domina especialmente la foresta caducifolia, pero sí que lo es en el sentido de que en el resto del mundo, tan solo estrechas franjas de Chile, California, Australia o Sudáfrica, tienen formaciones y climas similares. Y dentro de lo que es el Mare Nostrum, España es la nación con más territorios de ecosistemas mediterráneos. De hecho, la influencia del monte mediterráneo en nuestro país se extiende más allá de donde correspondería por el clima, pues por ejemplo, podemos encontrar encinares cantábricos en una zona de clima netamente oceánico ya, como pueda ser Cantabria o el País Vasco (Santoña y Urdaibai), o los alcornocales del Baixo Miño en Santa María de Oia en Pontevedra. En el extremo contrario, por el sur, algunos de los bosques termófilos canarios son formaciones netamente mediterráneas de acebuches y/o lentiscos, parecidos a los del norte de África, y que al igual que éstos, marcan una zona de transición entre el desierto y las zonas más húmedas.

Dehesa de alcornoques.

Buitre leonado, típico habitante de las dehesas.
  Por tanto, a España le corresponde salvaguardar el mayor porcentaje de un bosque único, con la misma responsabilidad que a Brasil con el bosque ecuatorial, por ejemplo. Pero dentro del mundo mediterráneo, si hay una formación que es típica de la península Ibérica, esa es la dehesa. Podemos decir que un paisaje adehesado es aquel en el que hay un bosque aclarado, es decir, sin matorrales ni arbustos, solo praderas o zonas de cultivo, o por el contrario, es un pastizal con arbolado disperso, según la densidad de los mismos que haya, como si de un modo de sabana se tratara. No hay que confundir la dehesa con una formación boscosa abierta, como sucede con los bosques de pinos piñoneros, donde sí que abunda el sotobosque. En la primera, es más que evidente la mano del hombre, y suelen abundar las gramíneas, teniendo además, un fin ganadero o agrícola. La dehesa es un ejemplo de convivencia entre el hombre y el medio que en pocos lugares se da, y que ha venido a enriquecer dos mundos, pues aquí pueden encontrarse especies animales o vegetales del mundo del bosque, la estepa o el medio antropizado. Aunque existe en casi todo el territorio español y sur portugués, suele abundar más en la zona suroeste de la península, tanto en el sur de Castilla y León, Madrid, occidente de La Mancha, y sobre todo, la zona occidental de Andalucía y casi toda Extremadura.

Dehesa de acebuches.
  Pero, ¿de donde viene la dehesa?, ¿cual es su origen?, como hemos explicado, se trata de una formación transformada por el ser humano, y nació en la Edad Media. Hay que retrotraerse a los tiempos de la Antigüedad Tardía, cuando el poder de Roma es más nominal que efectivo, y tras la entrada de los pueblos bárbaros se produce el abandono de los terrenos agrícolas en favor de las ciudades, protegidas por las murallas. Con ello, el bosque recupera poco a poco gran parte del terreno que había perdido y las espesuras vuelven  Hispania. Eso es así, hasta los tiempos de la reconquista, en la que los reyes de León o Castilla (según los tiempos), deciden quemar y/o eliminar el sotobosque con la intención de clarear los bosques para evitar las emboscadas o las famosas razzias de los reinos islámicos peninsulares. De ahí nace la palabra dehesa, que viene a significar defesa, en castellano antiguo. Posteriormente, se le empezó a ver lo rentable en términos económicos que era (y sigue siendo) como explotación agropecuaria, y en otros campos como el forestal, con la leña, el corcho o el carboneo entre otros. La dehesa de hecho, es uno de los factores importantes para el nacimiento de uno de los hechos claves en la historia española y europea, el fenómeno de las cañadas y la Mesta. Casi toda la península está cruzada por vías pecuarias de todo tipo, que van de norte a sur, y de las montañas al valle, buscando siempre los mejores prados y climas para el ganado. Hay que pensar, la importancia de este hecho, en el que, por ejemplo, Castilla e Inglaterra, llegaron a estar en contienda, con batallas navales ganadas por los primeros, en la Guerra de los Cien Años, y en la que no sólo se involucraron el reino anglosajón y Francia, sino que todas las monarquías de Europa occidental se vieron involucradas de uno u otro modo. Tras las victorias castellanas, la lana peninsular sería la que se comerciaría mayormente en Europa, en detrimento de la inglesa. Esto fijó las bases de Castilla como una futura potencia imperial.

Dehesa de Alcornoques.
Dehesa de Acebuches.
   Pero si hay algo por lo que destaca la dehesa es por su riqueza medioambiental, sobre todo a lo que en fauna se requiere. En cuanto a flora, suele darse el típico factor que se da en el bosque mediterráneo con una, o todo lo más dos, especies arbóreas dominantes, de las cuales, mayormente suelen ser quercíneas, es decir, encinas (las formaciones más abundantes), alcornoques, o quejigos; también en muchos lugares de Andalucía occidental, especialmente en la campiña sur de Cádiz, en el triángulo entre Chiclana de la Frontera, Alcalá de los Gazules y Tarifa, se da también la presencia de acebuchales adehesados, acompañados de lentiscos y palmitos. En Madrid, por ejemplo, hay bellas dehesas de fresnos, o también, aunque menos frecuente, se pueden dar álamos como en Doñana, o pinos piñoneros, como en algunas zonas de Castilla, con Valladolid como ejemplo. En cuanto a la fauna, se registran lugares de gran importancia como refugios de muchas especies en peligro, tales como el lince ibérico, el lobo, la cigüeña negra o el buitre negro. Ejemplos de estos santuarios de vida se dan, sobre todo en Extremadura y en Sierra Morena, con Monfragüe y la Sierra de Andújar como principales de cada comundidad. Pero la importancia de la dehesa no termina aquí, como paisaje boscoso abierto, o praderías arboladas, sirve como ecosistema de transición para muchas especies africanas que llegan como nuevas pobladoras, y escogen estas formaciones como lugares para adaptación en Europa, ya que se trata de un paisaje parecido, en el que se sustituyen las acacias por las quercíneas y los grandes herbívoros por las reses y el ganado existente. Casos concreto de éxito en este sentido son la garcilla bueyera o el elanio azul, rapaz espectacularmente bella. Pero no son los únicos, en los últimos tiempos se ha dado un salto de algunas especies como el buitre moteado o la garceta grande. Un ecosistema que define gran parte del paisaje de nuestra nación, un medio rico en especies, con gran influencia en la economía, la gastronomía española (jamón de bellota, carne de retinto...) y en la historia de Europa. La dehesa, sigue siendo un paraíso en la península, que si bien se encuentra en peligro por dos factores: una primera es la falta de regeneración de las especies arbóreas, y una segunda es por la recuperación del sotobosque debido a la despoblación de las zonas rurales. Esperemos que nunca perdamos el paisaje de la dehesa, un paisaje rico, y tal vez, es el más representativo de nuestra nación. Un saludo desde el sur. 




sábado, 17 de junio de 2017

La importancia de los bosques islas.

Bosquetes en la campiña gaditana.
Campiña latifundista.
 Antes de empezar a profundizar sobre la importancia de dichos bosques, habría que definirlos, pues aunque la mayoría de nosotros los hayamos vistos incluso desde el automóvil cuando vamos en carretera, por ejemplo, no es un término generalizado dentro de la cultura general. Cuando los expertos en cuestiones medioambientales se refieren a los bosques islas, hablan de lo que usualmente, se denomina por la mayoría, un bosquete, es decir, un pequeño bosque, que pudiendo ocupar incluso varias hectáreas o kilómetros cuadrados, se encuentra enclavado en un territorio que es desarbolado, por ejemplo, en las típicas campiñas europeas, en las estepas, o en las sabanas africanas. Son bosques de especial importancia debido a que ofrecen por un lado un ecosistema diferente, bastante más húmedo que el que existe en el entorno, y que acoge a una fauna distinta, forestal, cuya supervivencia depende en absoluto de dicho bosque. Por otro lado, a las mismas aves, e incluso mamíferos, de la zona, les ofrece un refugio seguro en un ambiente abierto, donde es difícil ocultarse, o descansar. En otra entrada hablaré, sobre otros bosques que también tiene las mismas bendiciones, o incluso mejores, los de ribera, que bordean a un río. Pero eso será en otra entrada. 

El olivar es un bosque en sí mismo.
Subbética Cordobesa.
 Una vez aclarado los conceptos, algo más generales, hay que volverse para nuestras tierras del sur, donde las campiñas, por cuestiones históricas, suelen ser de carácter latifundista, es decir, que un solo dueño controla amplias extensiones de tierra, ya sea para ganado, agricultura o aprovechamientos forestales entre otros, aunque lo normal es que haya un uso mixto, y unas hectáreas se dediquen a una función, mientras que otras tengan distintas labores. Esto ha tenido sus ventajas y sus inconvenientes de cara a la conservación del medio, por un lado, cuando se trata de agricultura sobre todo, el trabajo de la tierra y la transformación del paisaje es bastante intensivo, aunque por otro lado, paradójicamente, en cuanto hablamos de ganadería o de aprovechamientos forestales, el latifundio ha logrado que se conserven mejor los territorios boscosos o las praderías, a diferencia de lo que ocurre con el minifundio, típico del norte español, donde la campiña se reparten en pequeños terrenos para distintos propietarios, ello ha permitido un mayor fenómeno de industrialización, y el poco rendimiento económico, de los bosques primarios, que suelen arder "casualmente", para aparecer al cabo de los años, el monte poblado de eucaliptos y pinos. Por otro lado, el latifundismo permite una mayor concentración de lugareños en grandes núcleos poblacionales, los pueblos de Andalucía occidental, que raramente bajan de los 10.000 habitantes en territorios cultivables, en el norte en cambio, proliferan pequeñas aldeas o parroquias, que dominan los alfoces o concejos de la población de mayor tamaño, dando lugar a un territorio mucho más humanizado. Ahora bien, las lindes  de los terrenos de las campiñas norteñas, son similares a las de la fachada atlántica europea, es decir, la típica campiña cantábrica o inglesa de territorios parcelados, a modo ajedrezado, y con la separación de bosques linderos. Esa es la principal desventaja del sur español, donde las grandes extensiones cultivables impiden la presencia de dichas forestas, por eso la importancia de los bosques islas. Que suponen un respiro en los resecos estíos, y un refugio en las noches, y en los fríos inviernos. Pues dentro de los mismos, el grado de humedad es mayor y temperatura tiende a una menor oscilación térmica, por lo que son más frescos en verano, y menos fríos en invierno. Aunque eso, claro está, depende de la especie dominante, edad y espesor del bosque. No es lo mismo un bosque de pinos piñoneros y eucaliptos, bastante más abiertos en su formación, que un espeso alcornocal. No obstante, cada una ofrece sus virtudes y defectos, los mismos eucaliptos, al ser especies tan altas suelen ser lugar de oteadero de aves rapaces, por ejemplo. En cuanto a los alcornoques, acebuches o encinas, típicas especies mediterráneas, ofrecen, sino se encuentran adehesadas, una formación más espesa y abigarrada, donde se ofrece otro "mundo" distinto al exterior, además de, por sus fuertes  y seguras ramas, un lugar más seguro para la nidificación, sobre todo de grandes especies, como el águila imperial, o la cigüeña negra, entre otras joyas sureñas. En un punto y aparte tenemos que considerar a las campiñas de olivares, extensas en España, especialmente en Andalucía, porque aunque sea un cultivo, cumple las labores de un bosque adehesado, por lo que da también refugio a otras aves forestales.
Pinar del Hierro.

 Ya reduciendo el panorama geográfico, cabe sorprender que nuestra provincia de Cádiz es de las menos forestales de nuestra nación, pues la imagen de las serranías orientales, con los espesores de Grazalema y los Alcornocales, que además siempre están en la clasificación de los expertos entre los diez mejores bosques españoles, nos dan lugar a la confusión. Fuera de ahí, nuestra tierra, se compone de grandes extensiones de zonas húmedas, áreas marismeñas y lagunares, desarboladas por lo común, así como de una enorme campiña, que se puede dividir en dos, una zona norte, de Chiclana hacia Jerez y de Chipiona hasta Alcalá del Valle, que tiene grandes aprovechamientos en el campo de la agricultura intensiva, sobre todo de vid, olivos en las zonas más serranas, y trigo en las áreas más secas. Se trata de una zona muy degradada ambientalmente, con escasos bosques islas, pero muy valiosos por donde se encuentran. Y la que es para mí, la campiña más valiosa, desde la misma localidad chiclanera, y hasta Alcalá de los Gazules, formando un triángulo hasta Tarifa, es un territorio muy poco cultivable, debido a lo arcilloso del terreno, muy plástico, dando lugar a un escasísimo drenaje, y fácil encharcamiento, que da lugar a las abundantes lagunas de la zona (las que aún no se han drenado), de carácter temporal, pues, una vez llegado el calor tienden a evaporarse. Es por tanto, una campiña de grandes ganaderías, sobre todo bovina, ya sea de vacas retintas o reses bravas, y que han creado un rico ecosistema en el que hombre y medio conviven. Dentro de esta misma campiña se encuentran ricos bosques islas, formadas normalmente por acebuches, aunque también hay pinos piñoneros. Sin embargo, si he destacar alguno que supone un auténtico oasis boscoso, con multitud de especies forestales, como los picos picapinos, o los cuervos, habitantes más propios de las sierras y bosques orientales, es el bosque que se encuentra entre Medina Sidonia y Chiclana de la Frontera, que ocupa zonas de Junco Real, el Cordel de los Marchantes o el Pago del Humo entre otros lugares. Aunque bastante amenazado en el término chiclanero a causa de las construcciones ilegales, aún conserva su riqueza forestal. Otro de gran valor, y cercano, es el llamado Pinar del Hierro, en Chiclana, y cerca de la Laguna de la Paja. En este caso es un espeso bosque de pino piñonero de grandes dimensiones, y que marca el límite del territorio muy humanizado con respecto al rural. Del valor del mismo, cabe destacar que tiene más endemismos en unas pocas hectáreas que varios países europeos juntos: 23 del pinar, por 5 de Reino Unido y 15 de Alemania, por ejemplo. Aunque no es el único, hay otros valiosos bosques de pinos piñoneros, muchos de carácter abierto, pues se dice que los dichos árboles pueden tener un origen tropical, de sabana, de ahí su copa aparasolada también. Por otro lado, no siempre hay que considerar a los grandes árboles como bosques islas, también los pequeños como los acebuches, los más abundantes en nuestra campiña sur, forman miniespesuras junto a los lentiscos y palmitos, también estos últimos matorrales han sido de vital importancia para la fauna, en ellas se esconden galliformes, lagomorfos, y aún queda la esperanza de que vuelva a aparecer el Torillo andaluz, ave que actualmente se da por extinguida, pero eso será otra entrada. Un saludo desde el sur. 

Pastizal gaditano, bastante rico en gramíneas anuales.
Ejemplo de bosque isla en un terreno cultivado.











Cádiz es tierra de palmitos y retintas.
Los bosques islas de acebuches son los
 más comunes en Cádiz.










Espeso alcornocal en el Cordel de los Marchantes.
Espesura dentro de un bosque isla.











Bosque isla de eucaliptos y acebuches.

Los pinos piñoneros también forman bosques islas.










El mochuelo, ave típica de estos ecosistemas.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Acebuchales de la campiña sur de Cádiz.

Dehesa de acebuches en Medina Sidonia.
 Ahora que se acerca el otoño comienza la vuelta de muchos al turismo rural, de interior, que para multitud de pueblos es un auténtico empujón a su economía. Las asfixiantes temperaturas veraniegas atraen turistas hacia la costa, el frío en cambio, ofrece oportunidades de conocer rincones de nuestra provincia que no tenga destinos playeros como objetivo (y aún así es importante el número de parques y rutas costeras en nuestra tierra). La gran masa de senderistas se decidirán por alguno de los seis parques naturales o las distintas reservas o parajes de los que gozamos. Sin embargo, desde hace una serie de años, hay otras modalidades distintas de protección que aún están madurando y que pueden ser atractivas para los tiempos venideros. Me refiero a la Red Natura 2.000, que aunque propuestos por las administraciones autonómicas y regionales de la UE, tienen un carácter supranacional. Nuestra provincia no es ajena a ello, y aparte de los ya clásicos parques, parajes y reservas naturales, que también forman parte de la red, hay otros espacios que empiezan a abrirse camino en el acervo cultural del mundillo medioambiental, como los conocidos LIC (lugares de importancia comunitaria) y que posteriormente pasarán a ser ZEC (zonas de especial conservación). En el caso de Cádiz, esta ampliación implica el 48% de protección de su territorio, una cifra que habla de lo privilegiado de nuestra tierra, aunque eso sí, desgraciadamente, han quedado fuera algunos sectores de gran riqueza ecológica como es el caso de la Laguna de la Janda o la serranía del Retín. Entre los nombrados se encuentran algunos parajes famosos en nuestra tierra: los fondos marinos de la Bahía de Cádiz, los pinares de Roche, el río Guadalete, la punta de Trafalgar o el bajo Guadalquivir, entre otros muchos.


Pastizal gaditano en invierno.
 Sin embargo, para mí, uno de los de que mayor interés me despierta es, precisamente, el que mayor extensión de terreno ocupa, y que viene a acaparar gran parte de la campiña sur de nuestra provincia, teniendo una superficie de 26.491 hectáreas, en plena Ruta del Toro, de territorios municipales de Alcalá de los Gazules, Barbate, Benalup- Casas Viejas, Chiclana de la Frontera, Conil de la Frontera, Medina Sidonia, Paterna de la Rivera, San José del Valle y Vejer de la Frontera. No es casualidad la riqueza de esta región, pues es un territorio escasamente cultivable debido a su naturaleza arcillosa, tendente al encharcamiento, por lo que la mayor parte del mismo se ha dedicado para la ganadería de reses bravas o retintas, y que le confieren un carácter especial a la zona. La interacción de los bóvidos con el medio es de lo más beneficioso tanto para el ser humano, como para el medio que le rodea, en una economía absolutamente sostenible y respetable con el medio ambiente. Los toros (junto al hombre)  han creado un ecosistema abierto, tipo pastizal, donde dominan las gramíneas, o bien un paisaje adehesado de praderas con arbolado disperso, mayoritariamente acebuches, y de gran riqueza, donde abundan las especies de tréboles y especies vegetales adaptadas al terreno inundable. Además, la formación de acebuches con algunas especies herbáceas que comparte con el África subsahariana, demuestra la relación biogeográfica que alguna vez tuvieron ambas tierras antes de la desecación del Sahara. Asimismo, el mundo de las aves del continente vecino han escogido estos territorios como puente de futuras colonizaciones de la Península Ibérica, como ha ocurrido con el caso del Elanio Azul, o la Garcilla Bueyera (que ha sustituido a los búfalos por los toros), que ocuparon en un principio las dehesas y pastizales gaditanos para después expandirse por el occidente peninsular. Asimismo hay especies africanas que solo habitan aquí, y que ya vienen descrita en el siglo XIX por los naturalistas ingleses que recorrieron el área, como ocurre con el Busardo Moro, el Halcón Borní o la Lechuza Mora. Otros están por llegar, y parece afincarse poco a poco en nuestras tierras, bien por medios naturales, como el Buitre Moteado o de Rupell, el Bulbul Naranjero, o bien con ayuda humana, como el Ibis Eremita, que vuelve por sus antiguos territorios en un programa de recuperación de la especies, y que vive entre los acebuchales de la campiña y el parque natural de la Breña y Marismas del Barbate.
Los alcornoques también se encuentran presentes en la zona.

 Evidentemente, aunque los acebuches dominan el panorama, no son los únicos, ya que, como es lógico, hay variedad de ecosistemas en una región de dicho tamaño. Como especies arbóreas, los alcornoques ocupan el mayor porcentaje del terreno con un 25%, y que forman ricos bosques islas, no sólo en las zonas más cercanas al parque natural de Los Alcornocales, sino que también, en sitios tan cercanos a zonas urbanas y costeras, como la loma del Junco Real, en terrenos de Chiclana de la Frontera (bosque del que ya hablaré en otra entrada), además de extensiones adehesadas interesantes, como en las cercanías de San José del Valle. Le siguen, por supuesto, los acebuches, con casi un 13%, que no forma masas densas, ya que su formación corresponde a un medio adehesado. Luego los pinos piñoneros con el 1,%. Le sigue en impotancia los tarajes, con apenas un 0,32%, ya que su ocupación se limita a los riachuelos y lagunas de la zona. Posteriormente podemos encontrar álamos, alisos, fresnos, olmos y quejigos en las zonas más húmedas y umbrías. Tampoco falta los típicos arbustos y matorrales mediterráneos, como las adelfas, aulagas, tomillos, coscoja, retamas, distintos tipos de brezos o tojos, entre otros, con un 28% en total. Las gramíneas son las dominantes, pues los distintos tipos pastizales y herbazales ocupan casi un 30%. También hay especies de sistemas húmedos, en las distintas lagunas y encharcamientos, así como en arroyos y riachuelos.

Los sistemas fluviales aportan más riqueza faunística.
 En cuanto a la fauna, tampoco desmerece su importancia, a los ya nombrados, podemos encontrar multitud de aves, al ser un punto clave y descansadero en la migraciones. A las típicas de campiña, como las perdices, codornices, cigüeñas, cernícalos, cárabo, lechuza común, sisones, grajillas, águila culebrera, milano negro o los aguiluchos (lagunero, cenizo y pálido), destacando por su importancia a la avutarda; se les suma aves costeras en las zonas más cercanas al mar, como las distintas clases de gaviotas, que se internan en periodos de temporales, o por el contrario, especies netamente forestales en sus cercanías a Los Alcornocales, como el agateador común, el chotacabras  pardo, el búho real, el cuervo, el herrerillo, el carbonero, el petirrojo, el pito real, el picogordo o el pinzón entre otros. Asimismo, los buitres leonados y los alimoches, salen a la búsqueda de espacios abiertos para avistar reses muertas. Como el territorio es inundable, también hay especies de zonas húmedas, como la focha común, el calamón, la espátula, la garceta común, y distintas clases de ánades entre otros. En el apartado de especies lagunares, merecen especial mención la población invernante de grullas, que en tiempos nidificaban en la cercana laguna de La Janda, siendo la última población del sur de Europa en hacerlo, hasta la desecación de la misma. También destaco la presencia africana de dos paseriformes: el vencejo culiblanco cafre y la golondrina daúrica, asociada una a la otra, ya que la primera parasita los nidos de la segunda. Por último, en este apartado, destacar la presencia de faisanes, introducidos por los cazadores de la zona.

Hay también extensos palmitares.
 En cuanto a la fauna terrestre, hay poblaciones de ciervos y corzos en las áreas cercanas a la serranía, además de los típicos conejos, liebres, jabalíes, gato montes, tejones, turones destacando la mangosta o meloncillo. Destacando la gran población de murciélagos, algo muy común en la provincia. En cuanto a reptiles, distintas especies de culebras, como la bastarda, de escalera o la de herradura, la víbora hocicuda, la culebrilla ciega, lagarto ocelado, lagartija ibérica o el galápago leproso entre otros. Los anfibios están representados por el gallipato, la salamandra común, el tritón pigmeo, la rana común, la ranita meridional, el sapo de espuelas y el corredor. Entre los invertebrados destaca la presencia de la caracola acostillada del  Guadalquivir, asociada a los ambientes fluviales, al igual que los peces como el barbo andaluz y el salinete, una especie de fartet endémico de la zona.

El denso pinar del Hierro, en Chiclana de la Frontera.
 Todo un paraíso ecológico a apenas veinte minutos o media hora (en el peor de los casos), de nuestras casas. Desconocidos por muchos, es un medio tranquilo de visitantes en el que el avistamiento de la fauna puede ser más fácil que en las sierras del interior, ya que literalmente, los árboles no dejan ver el bosque, debido a la densidad de nuestras forestas serranas. Así como por la masificación de senderistas que acuden a Grazalema o Los Alcornocales (a veces parecen centros comerciales). Eso sí, hay que tener en cuenta dos factores: el primero es la de evitar los periodos de veda o caza, por seguridad propia. La segunda es la cantidad de fincas privadas existentes, y que se encuentran valladas para evitar la fuga de las reses bravas, así como dificultar la entrada a los coto de cazas privados. Pero ello no es óbice para que se pueda echar un día agradable en uno de los rincones más conocidos, a priori, pero que guarda una riqueza ecológica que pocos imaginan. Un saludo desde el sur.

Formación de acebuches.

El aspecto y, en parte la flora, recuerdan a la sabana africana.

Bosquetes de eucaliptos se sitúan en el centro de la imagen, demostrando que en el paisaje está antropizado.