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miércoles, 16 de noviembre de 2016

Las Ermitas de Córdoba.

 Noviembre es el mes del otoño por excelencia, hay quien dice que octubre, pero realmente es el primero el que marca (al menos en el sur) la llegada de los primeros fríos, y cuando normalmente, las lluvias vienen para quedarse una temporada. Es por ello que en todos los pueblos de occidente se celebre distintas fiestas relacionadas con los difuntos, ya sea el anglosajón Halloween, o el latino Días de los Difuntos. Sea como fuere, este es el tiempo de la llegada de la oscuridad, donde las sombras parecen confundirse con la realidad, y los del más allá vagan entre los vivos. Hay que tener en cuenta que hoy en día todo esto parece pura superchería en la acomodada sociedad del siglo XXI, donde la electricidad y la luz llega a nuestras calles y casas. No era así hasta hace relativamente poco, incluso a mediados del siglo pasado; al menos en zonas rurales, el final del verano implicaba más oscuridad, y menos tiempo de vida exterior. En aquellos tiempos en los que las tinieblas no se iluminaban más que con una vela o un candil, toda sombra, ruido o movimiento, era interpretado con el mundo de las ánimas. De ahí muchas fiestas, leyendas e historias, y de ahí muchas costumbres religiosas.

 Aunque ya casi esté por terminar, el mes de noviembre, me voy a a atrever a sugerir una recomendación, para los difuntos del año que viene, o incluso para este mismo otoño. Es un buen rincón para huir de la ciudad y sus masificaciones festivas y plastificadas, y se encuentra en las primeras estribaciones de Sierra Morena, a la salida de la ciudad de Córdoba, por la barriada del Brillante. En la misma carretera que lleva al acuartelamiento de Cerro Muriano, se sube por una serranía cubierta de alcornoques, madroños, y todo tipo de vegetación mediterránea, característica de la infravalorada serranía norte de Andalucía. Hay que tomar dos desvíos, uno no señalizado, y otro que sí te indica el camino a las Ermitas. La llegada es por una carretera curva y no apta para aquellos que se mareen o tengan vértigo. No obstante, al final todo acaba mereciendo la pena. Sólo hay tres aparcamientos, y suele haber sitio libre. Es un lugar con devoción para muchos católicos cordobeses, pero desconocido para el turismo. Los primeros ermitaños se establecieron en el paraje a principios del XVIII, con el objetivo de llevar una vida austera y de meditación. Cada cierto tiempo, éstos bajaban a la ciudad de Córdoba mendigando para los pobres. Hasta el año 1.958, que por falta de vocaciones se cede a la Orden Carmelitana de costumbres y normas parecidas. A partir de los años ochenta, la asociación Amigos de las Ermitas, se encarga del mantenimiento y promoción del conjunto monumental.

 Una vez hecha una (muy) breve reseña histórica comienzo a describir el paraje. La entrada es una misma ermita que hace de pórtico, y que una vez superada nos lleva a una confluencia de caminos, donde hay una bonita placa dedicada al autor cordobés Antonio Fernández Grilo, con la poesía que dedicó a este lugar. Hay dos caminos principales, aunque cada uno tiene varios desvíos, pues no obstante, es un conjunto de trece ermitas y una iglesia principal el que forman el conjunto, aunque sólo son visitables el templo y unas pocas de ellas, además del magnífico monumento mirador que más adelante trataremos. Toda la zona está llena de frases situadas en distintos lugares, unas talladas, otras simplemente están escritas en una pizarra, o en la pared. Algunos son dichos, otros trozos de textos de San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila, otros tienen origen en una leyenda. La primera, en la entrada ya avisa de la intención del paraje: Bendita Soledad. El camino de la izquierda nos lleva a hacia gran parte de las ermitas, y hacia la iglesia, en él merece la pena pararse en una hornacina con el cráneo de una calavera, y con una inscripción debajo que dice así: Como te ves, yo me vi; / como me ves, te verás. / Todo para en esto aquí. / Piénsalo y no pecarás. Esta siniestra anotación tiene su origen en una leyenda medieval de Navarra, en la boscosa zona de Leyre, donde se cuenta que un caballero (o tres, no recuerdo bien) que al internarse en la foresta se encuentra con un ánima que le explica esta certera aseveración, recordándole al joven y apuesto guerrero, que a todos nos llega la vejez y la muerte. Conviene desviarse, un instante del camino, para ver alguna ermita, como la de Santiago el Menor, que conserva mesa, una austera y dura cama, además de herramientas, y otro cráneo, esta vez, falso, de adorno en el escritorio (puro aspecto del Nombre de la Rosa). Detrás de ésta ermita, encontramos un pequeño sendero que nos lleva a la cueva de San Elías, con un fresco en una de sus paredes, y algunas imágenes religiosas. De vuelta ya por el sendero, y superada la puerta del cráneo, el llamado Camino de los Cipreses nos conduce a otras ermitas, como la de la Magdalena, que también conserva su interior.  Ésta última mencionada se encuentra junto al pequeño cementerio, y en una mínima plazoleta con palmeras, y un abeto, que da a la neoclásica fachada de la iglesia. El día que llegamos para verla, había misa por ser día de Tosantos, escuchándose desde el exterior, el canto del monje carmelitano. Para no molestar, esperamos a que la ésta terminara para entrar. El interior es bastante más solemne y adornado que el resto de ermitas, y a diferencia del resto, que reciben el nombre de discípulos de Jesús, tiene advocación a Nuestra Señora de Belén. Pinturas, frescos y mármoles, además de pan de oro en el retablo, forman un pequeño, pero formidable conjunto.


 De vuelta a los exteriores, hay que volver casi a la entrada para escoger el otro camino principal, que lleva a una explanada con un espléndido mirador desde donde se ve toda la ciudad de Córdoba. Es el denominado Balcón del Mundo. Detrás de éste, se encuentra un Sagrado Corazón de Jesús, de enormes proporciones, obra del escultor sevillano Lorenzo Coullaut Valera del año 1.929. Tanto mirador como la explanada y el monumento, forman un conjunto excepcional que impresiona por su grandeza. Pero todavía, el recinto nos aguarda con una sorpresa más: el llamado Sillón del Obispo, tallado en la piedra con una mitra cincelada, allá por el año 1.803, y donde se paraba a meditar, con toda la vista al valle, Don Pedro Antonio de Trevilla, quien fue obispo entre los años 1.805 y 1.832. Al lado, del mismo, hay una enorme cruz blanca sobre un pedestal. El resto de ermitas, no son visitables, no obstante, y a pesar de ello, la visita exige un buen rato, y se puede acceder haciendo senderismo, por la ruta de Las Ermitas, o bien por la carretera desde la avenida del Brillante (o la de Maestre Escuela a Cerro Muriano). Toda una recomendación para tanto, los que pretendan relajarse, como para los que quieran meditar sobre el más allá en un paraje inigualable. Un saludo desde el sur.

Paisaje serrano.

Entrada a Las Ermitas.

Vista de la confluencia de caminos.

Placa dedicada a Grilo.

Ermita, de fondo, el Sagrado Corazón de Jesús.

Ermita de Santiago el Menor.

Interior de la misma.

Paisaje costumbrista.

Fresco en la cueva de San Elías.

Camino de los Cipreses.


Fachada de la iglesia de Belén.
Ermita de la Magdalena y cementerio.



Interior de la iglesia de Belén.



Mirador del Mundo.

Ermita entre las espesuras del monte.

Vista de la ciudad de Córdoba.

Monumento al Sagrado Corazón de Jesús.


Cruz de Piedra.

Silla del Obispo.

Mitra tallada en la silla.

Altar en el monumento. Bastante posterior a éste.

Formaciones de alcornoques rodean al paraje.




domingo, 15 de noviembre de 2015

Montmartre eterno.

Basílica del Sagrado Corazón.
 Lleva París, una racha cruenta e imperdonable de atentados, y es que una vez más, la Ciudad de la Luz, al igual que Francia, aún sin quererlo, son siempre el centro del mundo; y todo lo que ocurre allí, acaba convirtiéndose en un momento clave de la Historia Universal. En Francia se gestó el feudalismo de la mano de Carlomagno, los reinados absolutistas por parte de Luis XIV, desde allí nos llegó la Ilustración y las luces de la razón, la Enciclopedia, y en París nació la revolución, los ideales políticos y el concepto de democracia occidental. Además, aún derrotada y humillada, Francia siempre logró estar entre las grandes potencias en los momentos claves en los que el había que dirigir o dividir al mundo, como ocurrió en Yalta, a finales de la II Guerra Mundial. Sin embargo, el París más atractivo, el menos oficial, el más golfo, es el Paris bohemio y juerguista de Montmartre. Aunque, evidentemente, hoy ya no es lo que era, sigue teniendo ese alma del que tuvo y retuvo. 

Calle colindante con Abbesses.
 Conviene visitar el barrio en dos ocasiones, una de día, y otra de noche. En ambos casos, venga desde donde se venga, es recomendable bajarse en la estación de metro de Anvers, allí, una calle cuesta arriba y llena de tiendas de souvenires y recuerdos, nos lleva directo al Montmartre, una vez acabada dicha calle, se llega al parque donde Amélie Poulain dejó una nota a su amor platónico, con carrusel incluido. Se puede optar por subir a pie por dicha arboleda, en funicular, o por las escaleras paralelas al mismo, para llegar a la cima de 130 metros, donde se sitúa la basílica del Sagrado Corazón o Sacré Croeur. Una vez llegada a la misma, observamos por un lado una espectacular vista de París, y  por el otro, la imponente basílica neobizantina que fue construida entre 1.875 y 1.914, como edificio religioso que sirviera para homenajear a los caídos en la Guerra Franco-prusiana. El interior es tan magnífico como el exterior, una imagen de solemnidad recorre nuestros huesos a pesar de la relativa modernidad que tiene el templo. Una vez visitado la basílica es casi obligatorio bajar por las escaleras que nos llevarán a la Plaza de los Pintores, reconocible por la cantidad de retratistas que hay en el mercadillo existente. Fue en efecto éste, el barrio de los pintores y todos los artistas en general, como Pablo Picasso, que vivieron y/o hicieron trabajos aquí. Montmartre siempre rivalizó en cantidad de artistas con el barrio de Montparnasse, al otro lado del río. Pero a diferencia de éste último, el barrio de Amélie además, gozó (o sufrió) de la fama de ser la nueva Gomorra contemporánea, donde se daba lugar a todo lo pecaminoso posible: fumaderos de opio, absenta, lujuria por doquier, alcohol, y todo tipo de juerga que se pudiera uno imaginar... y con ello, toda la delincuencia posible; todo cabía y valía en Montmartre, desde lo mejor a lo peor, pero eso sí, siendo el centro mundial del arte. Hoy día, monte arriba, en el barrio se respira mucha tranquilidad, y cierto aire de pueblo, a pesar del gran número de sex shops existentes, y que se multiplican a medida que uno baja camino al Boulevard de Rochechouart. Sin embargo, aún conviene pasear y callejear por el barrio, y observar que París esconde aún algunas sorpresas más, como sus pequeños viñedos repartidos entre algunas casas del distrito, dando cierto corazón rural y de campiña, en medio de la gran ciudad. Para terminar de callejear por esta zona termino con la Plaza Des Abbesses, donde se encuentra la estación de metro del mismo nombre, inaugurada en 1.912, y de estilo Art Nouveau, lugar donde Amélie vio por primera vez a Nino. Además hay una curiosa iglesia neogótica bajo la advocación de San Juan, así como un pequeño parque, donde se sitúa el "Muro de Los Te Quiero", un mural, de 40 metros cuadrados y 612 baldosas donde Fréderic Baron recogió todas las frases de amor posible y en todos los idiomas. 
Pequeñas huertas adornan el barrio.

Cafetería de los Dos Molinos.
 Bajamos ya al boulevard, y las tiendas, fruterías, panaderías, y restaurantes de toda la vida  se abren paso, es la rue Lepic, calle comercial donde las haya, pero es una cafetería la que nos llama la atención, es la de los Dos Molinos o de 2 Moulins, el lugar donde trabajaba Amélie Poulain, y en cuyo interior se pueden ver muchas fotos y carteles de la película. Solo unos metros más abajo se encuentra ya el boulevar, y uno de los lugares más esperados y fotografiados: el Molino Rojo o Moulin Rouge. El cabaret más famoso de París, y tal vez del mundo, y que aún ofrece grandes espectáculos. Como curiosidad, decir que fue construido en 1.889 por un español, Josep Oller, quien también era dueño del Olympia. Inmortalizado en el 2.001, en el film del mismo nombre, no es difícil imaginarse a Christian y Satine cantando en las animadas noches de la zona. De día una cantidad enorme de turistas se hacen fotos en la entrada, y de noche, igualmente, pero con bastante peor ambiente, aunque es indispensable de conocer si se quiere captar el alma del barrio. Un reguero de sex shops jalonan uno y otro lado del boulevard. No obstante, uno no puede completar una visita al barrio (y esta sí, de día, por cuestión de horarios), sin visitar el cementerio de Montmartre, que se encuentra justo detrás. Después de tanta vida y bullicio, viene el recogimiento y el escalofrío de huesos; y la visita, al igual que diría Jorge Manrique, todo acaba con la muerte. Cuesta creer que un puente de tipo escalextric, de denso tráfico pase por encima del camposanto, pues el silencio es absoluto, solo roto por los graznidos de los cuervos. Aparte de su monumentalidad, reposan en él numerosos personajes famosos, ya sean históricos, artistas o pensadores, como Degas, Alejandro Dumas o Teólifilo Gautier entre otros. Vaya aquí, mi particular homenaje a la Ciudad de la Luz, centro del mundo, de la historia, de las tendencias, las modas...y los viajes de novios de media Europa. Un saludo desde el sur.

Vista de París desde el Sagrado Corazón.


Basílica en Montmartre.

Casa ocupada por enredaderas.

El Moulin Rouge.
Iglesia en el barrio.



Saint Jean de Montmartre en Abbesses.
Metro de Abbesses.

Calles del barrio.
Fuente en Abbesses.


Tejados del barrio.


Parque en el barrio.

Muro de Los Te Quiero.

Calle típica con escaleras.

Calle típica del barrio.

Caserío típico del barrio.



Boulevard de Rochechouart

Cementerio de Montmartre.